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Los colores, la luz y una despedida

Cuando hace apenas unas semanas llegó a la redacción un librito (60 páginas, del largo y ancho de una mano) con la rueda de Goethe pintada en la portada, pensé enseguida en la casualidad. El co...

Cuando hace apenas unas semanas llegó a la redacción un librito (60 páginas, del largo y ancho de una mano) con la rueda de Goethe pintada en la portada, pensé enseguida en la casualidad. El color de la música, de Margarita Fernández, venía a despabilar lo que sabemos teóricamente desde mucho antes, con Newton, y que por los siglos de los siglos no ha dejado de investigarse e inquietar a los artistas, más allá de la física y la química, incluso y del ojo. Más bien regida por la curiosidad, esta vez fue la casualidad –decía– lo que me hizo emparentar esa “quimera” que a los 99 años propone “un prodigio de la música argentina” (Pablo Gianera dixit) con una obra que se convirtió en sinónimo del estudio de los colores en el último tiempo: el Baptisterio de Mondongo, instalado con sus 3276 bloques de plastilina en la terraza céntrica del espacio cultural Arthaus. Y como no hay dos sin tres, terminé por unir esos dos eventos a Cromático, la pieza de jazz de Elizabeth de Chapeaurouge que está presentando el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín.

La relación estaba servida en bandeja y la invitación al estreno llegó en simultáneo con el ejemplar del libro. De manera que pasaron unos cuantos días yendo y viniendo entre el rojo, naranja y amarillo, verde, azul y violeta, con lecturas sobre tonalidades y combinaciones diversas, encontrando reverberancias de viejas obras en las nuevas, y finalmente admirada por cómo es posible que aquello que desde muy chicos creemos conocer bien (¡los colores!) puede seguir ramificando su interés en tantas variantes y capas, a veces despertando emociones. El tema es, en sí mismo, como la luz blanca que se descompone en un arcoíris cuando atraviesa el prisma (Dark side of the moon).

“El color es una propiedad de la materia que se percibe única y exclusivamente por la luz. En la oscuridad, en ausencia de luz, el color no existe”. Recuerdo esa definición y asiento con la cabeza, sentada en la butaca de la sala Martín Coronado, cuando la mujer de blanco ingresa en escena y queda bañada por un cono lumínico que baja del techo. Es reconocible, el ojo está acostumbrado a verla, a su efecto y no es para nada casual que la hayan elegido para iluminar este juego, una partida. La bailarina María Eva Prediger se despide hoy del escenario en una obra que si bien destaca su carácter destellante puede resultarle de lo más insospechada a cualquiera que haya seguido su carrera. Su trayectoria es indisoluble de la historia reciente de la compañía: salida del Ballet Argentino de Julio Bocca, lleva dieciocho años en el San Martín. Cuando llegó estaba Mauricio Wainrot en la dirección: “Su estilizada línea corporal de bailarina clásica y su refinada belleza se destacaron de inmediato –recuerda el coreógrafo–. Luego comenzó un camino largo, hermoso y a veces duro, hacia nuevas formas, escuelas contemporáneas y otras disciplinas que hicieron de ella la excelente artista que es hoy”.

Con la decisión de retirarse en firme, Prediger empezó un año atravesado por las emociones, y de regreso de un viaje a Rusia soñado, una tarde le dijo a su marido: “Estoy muy satisfecha con todo lo que sucedió en mi carrera –recapituló en plan balance–, el único pendiente que me queda es no haber pisado el escenario del Teatro Colón”. A los pocos días le llegó la invitación para participar en la gala por los cien años del Ballet Estable, con Romance del diablo, un dúo de Ana María Stekelman que había visto desde su creación y que siguió siempre con fascinación desde coulisses. Era su turno de protagonizarlo y cumplir el segundo sueño de 2025, evitando así una futura deuda con sus anhelos. Esta semana revivió ese puro Piazzolla, sensual, en una función especial para los Amigos del San Martín, con su pareja escénica más emblemática, Rubén Rodríguez, que en Cromático es Negro. Blanco y Negro, en tensión dinámica, siempre elegantes. Se extrañará a esa dupla.

Y cuando todo el espectro confluye en un segundo prisma, lo que queda es la luz blanca original, remata la teoría inicial, que podría leerse como metáfora de la despedida. María Eva Prediger ha sido de algún modo esa luz blanca que contiene todos los colores.

“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”, preferiría decir ella, tomando para sí la famosa frase de Cortázar.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/los-colores-la-luz-y-una-despedida-nid07112025/

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