¿Es posible pensar aspectos problemáticos en términos estructurales de la democracia argentina en estos celebrados cuarenta años de continuidad? Por supuesto que la democracia imaginada como proceso inacabado supone, y es deseable que así ocurra, luchas permanentes –y, por lo tanto, problemas reinventados permanentemente– por las promesas que siempre resultarán incumplidas. No obstante, la pregunta se dirige a tratar de identificar cuestiones concretas que, en sus formas actuales, resulten en una mayor o menor habilitación para que los distintos sectores de la sociedad que no formen parte de grupos económicos y/o culturales con gran capacidad de incidir en las decisiones de gobierno puedan obtener fuerza política para ocupar un lugar con voz en esas luchas. Una de esas cuestiones imaginada aquí como importante es preguntarse por el grado de autonomía del conjunto del sistema político en relación a grupos económicos nacionales y transnacionales –en muchos casos, sin implicación estable en la sociedad nacional– con capacidad fuerte de hacer escuchar su voz y de influir en las decisiones que hacen al conjunto social. El supuesto sostenido aquí es que esa autonomía, imprescindible para lograr la participación real de la mayoría de los representados por las asociaciones políticas de ese sistema que no poseen poder económico, está decididamente agujereada, y que esto se vincula con la autonomización de la clase política respecto a sus bases. Heteronomía entonces en relación a los poderes económicos y deterioro de formas organizativas que fortalecen la representación. Foto: Pablo Añeli En verdad, estos movimientos que afectan la autonomía mencionada de la política no suponen la injerencia directa de las potencias mundiales en su región valiéndose de la colaboración de los ejércitos locales, situaciones que fueron comunes en la historia latinoamericana. Por supuesto que lo ocurrido en Honduras y en Bolivia tiene el sabor de los viejos golpes, y de algún modo, también lo de Paraguay y Brasil. Sin embargo, en el presente las formas de control externo de las democracias nacionales pasan más por producir en las propias sociedades transformaciones económicas y también jurídico-institucionales. Estas últimas, en términos generales, son las que apuntan a la reducción de capacidades estatales, entre muchas, por ejemplo, la propuesta de independencia del Banco Central de las decisiones de gobierno o la designación de tribunales internacionales para juzgar contratos en territorio nacional. Tampoco es menor la lucha cultural en la que se impusieron miradas fuertemente descalificatorias de los agentes concretos del sistema de partidos y de ese propio sistema en sí. El cambio político cultural –que en el caso argentino resultó producto de la revolución neoconservadora–, en una mirada común sobre el mundo expandiéndose como una mancha de aceite sobre los dos grandes partidos y la nueva centroizquierda, generó una importante crisis de representatividad, afectando con fuerza sus respectivas identidades. El renacimiento de la democracia en la Argentina, entonces, viene acompañado por este doble constreñimiento: el de políticas internacionales que, en el marco de un predominio del capital financiero, debilitaron –en …

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here