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Ravel, de La valse al Bolero

A propósito del concierto a dos pianos que Martha Argerich y Nelson Goerner ofrecieron anteanoche en el Auditorio Nacional de Madrid y del 150º aniversario del nacimiento de Maurice Ravel, he aqu...

A propósito del concierto a dos pianos que Martha Argerich y Nelson Goerner ofrecieron anteanoche en el Auditorio Nacional de Madrid y del 150º aniversario del nacimiento de Maurice Ravel, he aquí la historia enrevesada de La valse, que fue escrita en 1919, pero que comienza mucho antes.

Ravel conoció a Serguei Diaghilev en el preciso momento en que el empresario creaba sus famosos Ballets Russes, una compañía visionaria que causaría furor en París y marcaría a fuego no solo la evolución del ballet sino también la de la música gracias a los encargos más revolucionarios de la época. Igor Stravinsky fue el compositor más emblemático del movimiento, pero también Claude Debussy, Erik Satie, Richard Strauss, Francis Poulenc, Manuel De Falla y el propio Ravel, que ingresó de su mano en la órbita de la danza y se convirtió, a razón de sus partituras célebres, en un ícono del siglo XX.

De aquel encuentro en 1909 surgió una evocación de la Grecia antigua. La “sinfonía coreográfica” de Daphnis et Chloé. Y aunque no fue fácil la colaboración entre ellos, la obra pudo ser estrenada en 1912. No obstante las dificultades y desacuerdos, Diaghilev volvió a confiar en su genio y años más tarde lo convocó con un nuevo encargo, otra brillante oportunidad para dar rienda suelta a un talento único. Y Ravel la aceptó. Lo hizo en 1919 con un tema que antaño lo había cautivado: la idea del vals –“el proyecto vienés” como pasó el antecedente de La valse a la historia de la música—, un poema coreográfico que tras un brillante encadenamiento de danzas escondía el drama de la época.

“Una apoteosis sinfónica –escribió el músico–, que en mi mente se mezcla con la impresión de un remolino fantástico y fatal.” Fatal porque lo que antes de la guerra anhelaba ser expresado como la alegría de vivir, pronto se transformó en el apocalipsis de la cultura, en la Totentanz de la Gran Guerra, en la danza de la locura y la desintegración. En el retrato de un mundo perdido. Según la interpretación de Diaghilev, Ravel había querido rendir un tributo a Johann Strauss, pero la guerra le cambió la perspectiva y ensombreció la nostalgia de aquel glamour de Viejo Mundo con una cuota de tragedia y salvajismo.

En el inicio –como lo describe el programa de la composición–, una niebla densa lo cubre todo. De a poco emerge la melodía como un rayo de luz. Y luego el baile, el encanto del salón, la multitud danzante al resplandor de las velas “como en una fiesta de la corte imperial”.

Ravel trabajó la partitura de orquesta en simultáneo con la versión para dos pianos que en estos días interpretan los colosos argentinos, Nelson Goerner y Martha Argerich. La misma que el compositor junto a la pianista Marcelle Meyer tocó en 1920 como entrega de su encargo ante Diaghilev, a quien, en síntesis, la obra no le interesó. La rechazó y se negó a representarla por considerarla “una música carente de espectacularidad coreográfica”. Testigos de ese encuentro fueron Stravinsky y Poulenc que con asombro relató la escena en Moi et mes amis, su libro de memorias, con las siguientes palabras: “Cuando Ravel y Meyer terminaron de tocar, Diaghilev le dijo: ‘¡Ravel, esto es una obra maestra pero no es un vals! Es la pintura de un vals’. Para mi sorpresa, Stravinsky no dijo ni una sola palabra. En silencio, Ravel recogió su partitura y se retiró como si nada hubiera pasado. Fue una lección de modestia para el resto de mi vida.”

Ravel dio por terminado su vínculo con el empresario ruso y con las formas del ballet hasta que su amiga, la bailarina y mecenas Ida Rubinstein, tocó a su puerta con otro proyecto por el cual creó –con toda la espectacularidad coreográfica que se le había reclamado una década antes–, el ostinato rítmico más original, más deslumbrante, colorido y sensual que jamás se haya escrito. Un “experimento sin música” como él mismo lo llamó sin expectativas, tan famoso que su nombre pasó a ser parte del título como una marca registrada como “el Bolero de Ravel”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/ravel-de-la-valse-al-bolero-nid05112025/

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