Defensa de la escuela pública
Un sinnúmero de cuestionamientos esgrime el coro que, desde hace tiempo, asedia con sus críticas a la escuela pública. Se hace presente en la conversación pública y privada, resaltando solo lo...
Un sinnúmero de cuestionamientos esgrime el coro que, desde hace tiempo, asedia con sus críticas a la escuela pública. Se hace presente en la conversación pública y privada, resaltando solo lo negativo. Los dardos no solo se lanzan desde la derecha, sino también desde la izquierda, y desde todos los matices entre uno y otro extremo.
¿Qué aducen? La escuela está desconectada del mundo real; reproduce desigualdades consolidando el statu quo social; los jóvenes se sienten desmotivados en sus espacios, que además son anacrónicos, y no puede demostrar si los recursos que se usan para su sostenimiento se ejecutan de modo eficaz para lograr sus objetivos de aprendizaje, que, por si algo faltase, no hay acuerdo sobre cómo medir. Un elemento más: otros modelos y contextos de aprendizaje son mejores y más dinámicos que la escuela: plataformas virtuales, formatos híbridos y toda la variedad que la tecnología pone a disposición de la enseñanza y el aprendizaje. Ergo, la escuela no puede competir exitosamente con ellos.
Si en todo lo anterior hay una parte de verdad, ¿cuál es el activo diferencial que la escuela puede brindar en la actualidad a las sociedades democráticas? Maarten Simons y Jan Masschelein piensan que la escuela tiene algo que ofrecer y que, hasta que no sea superada por otro modelo, su existencia sigue siendo válida. En su entusiasta, breve y provocador libro Defensa de la escuela. Una cuestión pública, obligan al lector interesado en la actualidad y el futuro de uno de los proyectos colectivos más exitosos que tuvo la Argentina a reflexionar sobre el tema.
Los autores belgas sostienen que la escuela ofrece un espacio de tiempo libre, una suspensión del tiempo de las otras cosas que forman parte de la vida, donde no importan las expectativas buenas o malas que quienes estudian traigan sobre sí mismos ni tampoco las que tengan otros (sus familias o conocidos) sobre ellos; porque allí, en ese espacio, hoy visto como demodé, aún pervive la promesa original de que todos pueden aprender. Esa es la creencia más relevante que propone la escuela. Esa creencia borra diferencias de origen y crea una plataforma de igualdad.
Ese espacio, además, está destinado al aprendizaje y deslindado de las exigencias de un mercado de trabajo cambiante. Allí se aprende sin esa presión, pero sin la inconsciencia de negar su existencia. Aprendemos cómo funciona un torno por los conocimientos humanos combinados que lo hacen posible, no porque vamos a convertir a una clase entera en torneros.
Allí, en esa suspensión de la realidad cotidiana, se crea un microclima humano que requiere docentes comprometidos con su arte y consustanciados con la promesa de aprendizaje posible para quienes estén en sus clases. Esa mística sobre las posibilidades de la escuela pública en el mundo actual, con su sustrato democratizador, es la idea central de un texto reflexivo y profundo.
Es cierto que el entorno y los aspectos socioeconómicos influyen en las posibilidades de aprendizaje. También, que la escuela no asegura la obtención de trabajo a sus graduados. Pero sabemos que puede ayudar en sus condiciones de empleabilidad. Es, la escuela, una condición necesaria pero no suficiente.
La idea de los educadores europeos es interesante y válida para su debate. Es una ficción orientadora que no soluciona los acuciantes problemas de la educación pública, pero busca renovar su sentido. Un sentido que compite con otras alternativas, más prácticas, menos estructuradas; pero más individualistas, más pensadas para el mercado de trabajo, dominadas por los apremios de la brevedad y la rapidez. Cada vez más distanciadas de las formas colaborativas de aprendizaje, una condición innata de la especie humana.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/defensa-de-la-escuela-publica-nid15102025/